viernes, 20 de abril de 2007

De la disputa entre griegos y romanos

El fin de semana pasado volví a escuchar una versión de un chiste antiquísimo que lleva evolucionando de formas insospechadas dependiendo de quien lo cuenta y en que cultura. La versión más antigua del chiste que tengo noticia es esta que os transcribiré a continuación. Pertenece al libro del buen amor del Arcipreste de Hita, Juan Ruiz. La primera ves que lo leí me mondé de la risa, aunque con las numerosas lecturas pierde el efecto.


DE LA DISPUTA ENTRE GRIEGOS Y ROMANOS.

...

Así ocurrió que Roma de leyes carecía;
pidióselas a Grecia, que buenas las tenía.
Respondieron los griegos que no las merecía
ni había de entenderlas, ya que nada sabía.

Pero, si las quería para de ellas usar,
con los sabios de Grecia debería tratar,
mostrar si las comprende y merece lograr;
esta respuesta hermosa daban por se excusar.

Los romanos mostraron en seguida su agrado;
la disputa aceptaron en contrato firmado
mas, como no entendían idioma desusado5,
pidieron dialogar por señas de letrado6.

Fijaron una fecha para ir a contender;
los romanos se afligen, no sabiendo qué hacer,
pues, al no ser letrados, no podrán entender
a los griegos doctores y su mucho saber.

Estando en esta cuita, sugirió un ciudadano
tomar para el certamen a un bellaco romano
que, como Dios quisiera, señales con la mano
hiciese en la disputa y fue consejo sano.

A un gran bellaco astuto se apresuran a ir
y le dicen: «Con Grecia hemos de discutir;
por disputar por señas, lo que quieras pedir
te daremos, si sabes de este trance salir».

Vistiéronle muy ricos paños de gran valía
cual si fuese doctor en la filosofía.
Dijo desde un sitial, con bravuconería:
«Ya pueden venir griegos con su sabiduría».

Entonces llegó un griego, doctor muy esmerado,
famoso entre los griegos, entre todos loado;
subió en otro sitial, todo el pueblo juntado.
Comenzaron sus señas, como era lo tratado.

El griego, reposado, se levantó a mostrar
un dedo, el que tenemos más cerca del pulgar,
y luego se sentó en el mismo lugar.
Levantose el bigardo, frunce el ceño al mirar.

Mostró luego tres dedos hacia el griego tendidos,
el pulgar y otros dos con aquel recogidos
a manera de arpón, los otros encogidos.
Sentose luego el necio, mirando sus vestidos.

Levantose el griego, tendió la palma llana
y volviose a sentar, tranquila su alma sana;
levantose el bellaco con fantasía vana,
mostró el puño cerrado, de pelea con gana.

Ante todos los suyos opina el sabio griego:
«Merecen los romanos la ley, no se la niego».
Levantáronse todos con paz y con sosiego,
¡gran honra tuvo Roma por un vil andariego!

Preguntaron al griego qué fue lo discutido
y lo que aquel romano le había respondido:
«Afirmé que hay un Dios y el romano entendido
tres en uno, me dijo, con su signo seguido.

»Yo: que en la mano tiene todo a su voluntad;
él: que domina el mundo su poder, y es verdad.
Si saben comprender la Santa Trinidad,
de las leyes merecen tener seguridad».

Preguntan al bellaco por su interpretación:
«Echarme un ojo fuera, tal era su intención
al enseñar un dedo, y con indignación
le respondí airado, con determinación,

»que yo le quebraría delante de las gentes,
con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes.
Dijo él que si yo no le paraba mientes,
a palmadas pondría mis orejas calientes.

»Entonces hice seña de darle una puñada
que ni en toda su vida la vería vengada;
cuando vio la pelea tan mal aparejada
no siguió amenazando a quien no teme nada».

...

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